Día 3 de noviembre de 1999: Mando una carta al Obispo de Barbastro-Monzón, Ambrosio Echevarría Arroíta, con motivo de su presencia en Belver, el día 30 de octubre, para las confirmaciones. Aprovecho para responderle la primera misiva que me envió en la que me pedía que no acudiese a los medios de comunicación para dar a conocer lo que había ocurrido en la iglesia de Belver. No sé cuál era su miedo a los medios viendo el corporativismo que reina entre ellos y los estamentos políticos, judiciales y eclesiásticos.
También le recrimino su falta de reacción ante los hechos de la Iglesia y la poca coherencia de su actuación con sus palabras “pastorales”.
Día 15 de noviembre de 1999: recibo la respuesta del Obispo Echevarría que transcribo a continuación:
“Querido Miguel:
He leído tu carta y siento no poder hacer nada. Ya te dije antes que lo que tú me planteas ya no tiene solución, menos pensando que todo se realizó antes de que yo fuera vuestro Obispo. Ahora se hace, si cabe, más difícil porque tengo que dejar la Diócesis de la cual soy sólo administrador y no Obispo. Cuenta con mi afecto y ruega por mi.
Con afecto, +Ambrosio Echevarría”
Tengo que reconocer que, al menos, este obispo contesta las cartas que reflejan, junto con el resto de documentación generada por los Entes Públicos implicados en ellos, los delitos de Belver de los Horrores.
Pero si es Obispo para hacer confirmaciones, visitas pastorales, etc, y también para reclamar, absurda e indocumentadamente, Patrimonio Histórico a otros obispados vecinos, no puede en buena ley, declararse “sólo Administrador” cuando se trata de poner orden en su Diócesis y recoger a los difuntos que violentamente sacaron de las tumbas del subsuelo de la Iglesia, después de convenientemente expoliados, y enterrarlos digna y cristianamente, y más teniendo en cuenta que pagaron sus buenas misas para ser enterrados en dicho lugar, tal como consta en sus testamentos.
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